4/02/2015

Cine en Portugal

Breve historia del Cine portugués


Los orígenes

Es habitual que se cite la noche del 18 de junio de 1896 como la primera sesión de cine realizada en Portugal. No se trató de la exhibición de ninguna película portuguesa o rodada en Portugal, sino de una muestra de filmaciones de Edison y de los hermanos Lumière ofrecida en el Real Coliseo de Lisboa por Edwin Rousby, proyeccionista conocido como el “electricista de Budapest” a cargo de la empresa del británico Robert William Paul que construía y comercializaba "teatógrafos", luego "animatógrafos".
En realidad, Rousby se encontraba en España realizando su labor comercial para William Paul. Había realizado proyecciones en Madrid los días 11 y 12 de Mayo y tenía compromisos firmados en Barcelona y en otras capitales como Vitoria. En aquel momento la competencia entre los diferentes fabricantes de aparatos de cine -entre ellos el "Lumiere"- era muy grande y Rousby decidió prolongar su estancia an Madrid, al tiempo que rubricó un acuerdo para presentar el proyector en Lisboa a donde se trasladaría en Junio, incumpliendo sus compromisos en España.
Por lo que se sabe, fue tal el éxito de las primeras sesiones, que éstas se repitieron en diferentes puntos del país, incluyendo escenas portuguesas en sus programas. El rodaje de las primeras imágenes en movimiento de Portugal le fueron encargadas al inglés Harry Short. Algo más de tres meses después de la primera sesión pública de cine, era ya posible ver películas como La Boca del infierno, La playa de Algés durante unos baños, El Mercado de pescado de Ribeira Nova, Una corrida de toros en Campo Pequeño.

No iba a ser necesario esperar mucho tiempo para ver el trabajo del primer operador de cine portugués. Aurelio da Paz dos Reis (1862 – 1931), horticultor y comerciante, aficionado a la fotografía, que había presenciado en varias ocasiones las sesiones de Rousby en el Teatro-Circo Príncipe Real de Oporto, descubría en agosto de 1896 una nueva afición que le habría de convertir en el pionero del cine portugués. Viajó a París para adquirir el material necesario y de regreso con un “kinematógrafo” rodó imágenes que proyectó por vez primera el 12 de noviembre de ese mismo año en la misma sala donde meses atrás había asistido a las sesiones del “electricista” húngaro. En el Programa de la sesión realizada en Braga por Paz dos Reis en Noviembre de 1896 se podía leer: "El Kinematógrafo es una adaptación perfeccionada de los aparatos denominados animatógrafo, cinematógrafo,vitagrafo, etc., que hace menos de un año obtuvieron el mayor de los éxitos en todas las capitales donde se exhibió".

Sus primeros trabajos reflejaban la vida cotidiana, característica de las películas de Harry Short y delataban claramente la influencia de los Lumiere. En realidad, de las filmaciones de Paz dos Reis no queda nada. Esta circunstancia complica el trabajo de establecer su filmografía de modo exacto. Como elemento de referencia se toma uno de los programas de la sesión realizada en el Teatro de san Geraldo, de Braga, entre el 21 y el 23 de Noviembre de 1896. No obstante allí aparezcan algunos títulos, que probablemente Paz dos Reis trajera de Francia, como Manobras dos Bombeiros, Lutadores franceses, Dança serpentina Loie Fuller, etc., estudios realizados por A. Videira, a partir de elementos dispersos, han establecido la siguiente lista: Costumes de Aldeia; Marinha no Tejo, saida de dois vapores; Cortejo eclesiástico saindo da Sé do Porto no aniversario da sagraçao do Eminentíssimo Cardeal D. Americo; A Caninha verde; Braga; Barcelos; Coimbra; A Rua do Ouro; Feira de Sao Bento; Jogo de Pau; Saída do pessoal operário da Fábrica Confiança; Feira de gado na Corujeira, etc.

Tras el éxito en Portugal Aurelio da Paz viajó a Brasil para mostrar la nueva técnica, sin embargo, el poco interés suscitado le desanimó y abandonó la empresa.
En 1898, Manuel Costa Veiga funda la primera empresa dedicada enteramente al incipiente sector de las películas, “Portugal Filmes”, radicada en Algés. La excelente relación de Costa Veiga con la familia real le permitió registrar numerosas escenas con la presencia del rey D. Carlos, así como sus desplazamientos oficiales en visitas de Estado. Las imágenes de la estancia del emperador Guillermo II en territorio portugués fueron un ejemplo de gran éxito comercial al ser distribuidas y exhibidas en numerosos países europeos.





8/06/2006

Las primeras producciones

Poco a poco el cine deja de ser considerado un fenómeno de circo, un arte de “ilusionistas” para comenzar a ver reconocida su función social y sociológica. En este sentido, es claro el ejemplo del rey D. Manuel II que al acceder al trono, inesperadamente, por el regicidio de 1908, consciente de que su imagen era poco conocida por el pueblo, aceptó ser rodado con frecuencia por Costa Veiga, especializado en el rodaje de documentales, de cuyos trabajos destacan las imágenes de los viajes reales oficiales a España y Francia.
Este uso del cine como instrumento político es también notable en el documental de 1909 de Manuel Cardoso El cacao esclavo y El trabajo indígena en Santo Tomé, considerado por algunos como la primera película enteramente colonial de todo el mundo. La película intentaba lavar la imagen negativa que holandeses e ingleses daban a la explotación del cacao por los portugueses en Santo Tomé y Príncipe al acusarlos de usar esclavos en la tarea.
Fue en 1909 cuando Manuel Cardoso y João Freire Correia (1861- 1929) fundaron “Portugalia Filmes”, desarrollando un valioso trabajo en el campo del documental al filmar acontecimientos tan diversos como el terremoto de Benavente en abril de ese año, o la proclamación de la República el 5 de octubre de 1910.
Si bien, tímidamente, es durante la primera década del siglo XX cuando el cine portugués da sus primeros pasos en el campo de la ficción. En 1907 el actor Lino Ferreira incluye en la revista que representa Ó da Guarda una corta filmación El rapto de una actriz que combinaba la representación teatral con la imagen registrada en una original experiencia precursora de los espectáculos multimedia.



El gran éxito de la primera cinta de acción en todo el mundo, The great train robbery, cuyo principal personaje era el legendario Jesse James, generó la idea de hacer algo semejante en Portugal basándose en una figura mítica del país, el “Temible” bandido Diogo Alves. El proyectó se concretó en 1911 con el estreno de la película de João Tavares (1883-1971), que alcanzó un estruendoso éxito y pronosticó una brillante carrera comercial para su autor.
También fue significativo el éxito comercial de Reina después de muerta, de 1910, película histórica realización del actor Carlos Santos (1871-1949), basada en la legendaria historia de amor entre D. Pedro I e Inés de Castro.
Las dificultades económicas con que se encontraría la República en su primer lustro y la participación de Portugal en la I Guerra Mundial junto a los Aliados supondría un parón en el desarrollo de la industria cinematográfica, periodo durante el cual la producción fue muy reducida y de escaso interés. Solamente la creación de los Servicios Cinematográficos del Ejercito, encargada de documentar la participación portuguesa en el conflicto, dinamizó la producción de películas y desarrolló en ciertos aspectos las técnicas de rodaje.

En 1918 José Leitão de Barros, periodista y profesor de matemáticas, realiza Mal de España y “Malmequer”, revelando gran procupación estética y usando por vez primera en Portugal la técnica del “tintado”, consistente en pintar algunos metros de película de determinados colores, con el objeto de transmitir así los sentimientos de los personajes o, simplemente, para marcar la distinción entre la noche y el día. Leitão de Barros proyecta una tercera película de El hombre de los ojos torcidos, que no se llega a concretar debido a que las estructuras de producción en Lisboa aún están lejos de proporcionar la capacidad de continuidad requerida en el cine.

La situación para la fecha es bien distinta en Oporto, donde el año 1917 marcó el renacimiento de una empresa cinematográfica que había comenzado su actividad cinco años antes de forma bastante insegura.

Invicta Filmes, fundada en Oporto en 1912, en los inicios de la República por Alfredo Nunes de Mattos, pasará de la producción de pequeños documentales como Exercícios dos Bombeiros Municipais do Porto; Monoplano “Commet”; Festas da Aviação em 1912; Visita ao Porto do Presidente da República o Exercícios de Artilharia, de 1914; Chaves, Incursões Monárquicas; Naufrágio do “Silurian”; Plácido Abreu treina-se y Expedição Militar a Angola, un año después; Expedicionários em Campanhã, de 1917, y humorísticos como Frei Bonifacio, a poseer el más completo estudio de cine de toda la Península Ibérica. Aunque la empresa dependía técnicamente del trabajo de extranjeros, particularmente franceses, los temas de sus películas fueron siempre portugueses, centrándose en la literatura nacional del siglo XIX.




La década de los 20

El paso de la década de 1910 a 1920 fue notable con la realización de las novelas La rosa del Atrio, de Manuel María Rodrigues (1847-1899), Los Hidalgos de la Casa Morisca, de Julio Dinis (1839-1871), Amor de Perdición, de Camilo Castelo Branco (1825-1890) y El Primo Basilio, de Eça de Queiroz (1845-1900). Los resultados de estas películas, firmadas por el francés Georges Pallu, dividieron a la crítica, que no siempre supo huir a la tentación de comparar las producciones portuguesas con las procedentes de cinematografías más desarrolladas.
La década de los 20 trajo otro género de películas, de carácter melodramático, donde la descripción de ambientes, básicamente rurales, es más relevante que el argumento. El Italiano Rino Lupo firmará dos obras que conocerán el éxito internacional: Mujeres de Beira, de 1921, y Los lobos, de 1923. El primero realizado para Invicta Filmes, que acabó por ser vencida y cesó en su actividad en 1924; el segundo para Iberia Filmes.
La escasez del mercado nacional, los condicionamientos en la distribución, donde las películas extranjeras ocupaban un lugar preferente, y los costes excesivos de algunas producciones, llevarán a que el llamado “ciclo de Oporto” llegue a su fin y a que el cine portugués entre en una fase de estancamiento.
En mayo de 1926 tiene lugar un golpe militar que acabará por constituir el inicio de un periodo de dictadura al que sólo pondrá fin otro golpe, en 1974. Durante este periodo en el que la censura domina el ámbito de la cultura y de la creación hay que destacar la figura de Reinaldo Ferreira (1897-1937), periodista muy relacionado con ambientes de cierta marginalidad que, en 1927 con sus películas Rito ou Rita?, Vigário Foot-Ball Club, Hipnotismo ao Domicílio y, sobre todo, O Táxi 9297 dio un soplo de originalidad al cine portugués.

Los trabajos de mayor interés de finales de los años 20 tienen la firma de Leitão de Barros, que tras un “interregno” cinematográfico, durante el cual se dedicó al teatro, reapareció con tres brillantes realizaciones, que podría decirse, cierran con llave de oro el periodo de cine mudo portugués.

Nazaré, playa de pescadores, de 1927, combina de modo admirable el espacio geográfico con los sentimientos y las emociones de la comunidad de pescadores. En esta película, Leitão de Barros juega brillantemente con las posibilidades estéticas del blanco y negro, relacionando la claridad a las casas, a la arena de la playa y al cielo, y el negro a las ropas de los pescadores y a las redes.
Dos años después en Lisboa, crónica anecdótica, Leitão recurre a nombres conocidos del teatro de revista portugués para retratar la vida cotidiana de la ciudad.
En 1930, para Maria do mar, Leitão de Barros optó esencialmente por trabajar con actores aficionados y habitantes de Nazaré, con el propósito de dar mayor realismo a las escenas de una película que combina la ficción con el documental.
Muy influenciado por el cine soviético, el director utiliza grandes planos y “dibuja” los personajes con un sentido estético y una sensualidad raros en el cine portugués e incluso en el internacional de aquella época. La vanguardia intelectual se va dejando seducir y cada vez es mayor su apoyo al arte del cine, sobresaliendo los artículos que publica la revista literaria Presença, en especial los firmados por el escritor José Regio (1901-1969).


Aparición del cine sonoro en los años 30

Los años 30 llevaron a Portugal la novedad del cine sonoro. Al inicio de la década los actores y técnicos portugueses se desplazaban con regularidad a París para realizar las versiones portuguesas de los grandes éxitos norteamericanos. La calidad era obviamente inferior a la de los originales, pero los rendimientos económicos no eran nada despreciables, pues las versiones no sólo eran exhibidas en Portugal también en Brasil, donde el cine portugués gozaba de gran aceptación popular.
La primera producción sonora portuguesa no tardó en realizarse.
Leitão de Barros, que se mantiene en primera línea del cine nacional propone llevar a la pantalla grande una pieza de Julio Dantas, fechada en 1901, que narraba la historia de amor (según parece real) entre un noble, el marqués de Marialva, y una meretriz de nombre María Severa Onofriana, que se tornaría figura legendaria por haber llevado el fado, forma musical asociada a las clases más bajas e incluso a la marginalidad, a los salones de la nobleza. Como ningún estudio portugués poseía condiciones técnicas apropiadas para rodar con sonido, La Severa tiene las escenas exteriores rodadas en Portugal y las interiores en París. La sonorización se hizo en París. El éxito de público y crítica fue tal que desde ese momento se iniciaron proyectos para crear instalaciones que permitieran el rodaje de películas sonoras en territorio portugués.

Dado que no todos los cineastas portugueses podían permitirse salir del país para buscar los elementos técnicos necesarios se continuaba a rodar cine mudo, en general de escasa originalidad y limitada aceptación de público y crítica. Una excepción, a nivel artístico lo encontramos en el cortometraje Duero, faena fluvial exhibido junto con La Severa con motivo del V Congreso Internacional de la Crítica celebrado en Lisboa en 1931. Su autor se estrenaba en la realización, si bien ya había tenido contactos con el cine como actor. Venía de Oporto y su nombre era Manoel de Oliveira. Con su documental sobre la actividad del pescador de ribera Oliveira vendría a conocer lo que ha sido una constante durante toda su larga carrera cinematográfica: dificultad de aceptación del público portugués y amplio reconocimiento por parte de la crítica internacional.
En 1932, se inician los trabajos de montaje de los estudios Tobis Portuguesa, apertrechados en gran medida con material llegado de Alemania, de la empresa Tobis Klang Film. Será ahí, antes incluso de que estuvieran totalmente acabados, donde se rodará la primera película sonora enteramente rodada en Portugal. Su director será un arquitecto de renombre, conquistado por el arte del celuloide, que sólo ahora alcanzará mayor notoriedad en ese medio: José Cottinelli Telmo (1897-1948). En el rodaje de La canción de Lisboa participaron nombres relevantes de la cultura portuguesa, como el escritor José Gomes Ferreira (1900-198 ), que participó en el montaje, el pintor Carlos Botelho (1890-1982), ayudante de dirección, y Almada Negreiros, que elaboró dos carteles. Para el elenco fueron invitados algunos de los actores de teatro más célebres del momento, algunos de los cuales se convertirían en mitos, como Antonio Silva (1886-1971), Vasco Santana (1898-1958), Beatriz Costa (1907-1996) y Teresa Gomes (1883-1962). Todos tenían experiencia en el teatro de revista, por lo que cantaban, improvisaban y tenían un registro de humor popular que la película evidencia con diálogos vivos y repletos de doble sentido, una de las técnicas de humor de la revista “a la portuguesa”.

E n la década de los 30 la subida al poder del Partido Nacional Socialista Alemán de Hitler, llevó a Portugal a algunos actores y técnicos alemanes que huían de la situación en su país. La incipiente industria cinematográfica portuguesa, si no al mismo nivel que la alemana, al menos permitió que se adaptasen desarrollando una actividad profesional dentro del mismo área. El primer filme resultante de la colaboración entre alemanes emigrados y portugueses fue Ganado bravo (1934), dirigida por António Lopes Ribeiro (1908-1995). Los técnicos alemanes introdujeron un mayor aprovechamiento de los exteriores y una claridad en la imagen que el sol de Portugal en ocasiones complicaba, al hacer demasiado duras las sombras que los complementos de atrezzo, vestuario o del decorado (sombreros, ramas de los árboles, etc) producían en el rostro de los actores. Ganado bravo consiguió la acogida de público necesaria para mantener activos a los profesionales alemanes, que a raiz de este filme participaron en casi la totalidad de las películas rodadas durante la década.


La variedad de los años 30

Lentamente, el cine portugués se fue caracterizando por una cierta regularidad en su producción. A pesar de que no podían esperarse grandes beneficios, debido a las especificidades geográficas y económicas del país, no hay que olvidar que siempre se contó con el mercado de Brasil, en donde el cine portugués gozaba de gran reputación,lo que le reportaba notable éxito comercial. En 1936 se dio el caso de la película Bocage, firmada por Leitão de Barros que, de ser un fracaso en Portugal, acabó por ser rentabilizada gracias a su éxito en Brasil.

La década de los 30 se distinguió además por la producción de películas de muy diferentes estilos, si bien en muchos de ellos se resaltaba el carácter “auténtico” de la vida rural frente a la artificialidad de la vida urbana, como muestra de los valores ensalzados por el régimen autoritario de Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970). Esa apología de los valores “más puros” se encuentra en dos películas de referencia de esta fase, todavía inicial, del cine sonoro portugués: María Papoila y Canción de la tierra . La primera dirigida por Leitão de Barros y protagonizada por una brillante y jovencísima Mirita Casimiro (1918-1970), en el papel de una criada llegada de provincias a la capital. La película inevitablemente concluye con el regreso de la criada a la vida sencilla de su pueblo que preferirá a la artificiosidad de las relaciones humanas y del ambiente cosmopolita de Lisboa. Gracias al éxito de Canción de Lisboa , las producciones que la siguieron solían incluir canciones, muchas veces fuera de contexto, lo que a la larga acababa por desequilibrar su estructura narrativa.
Resulta difícil clasificar el estilo de La canción de la tierra, de Jorge Brum do Canto (1910-1994), relizada en 1937 en la isla de Porto Santo ( Madeira). En realidad, se trata de uno de los filmes más complicados de etiquetar en términos de género de toda la cinematografía portuguesa. Y también uno de los más interesantes.

En 1928, profundamente influido por la estética ligada a la danza, Brum do Canto había dirigido La danza de los paroxismos, que lo mostraba ya como uno de los directores de cine menos convencionales. La canción de la tierra se mantuvo fiel a las expectativas y no defraudó. Teniendo como punto de partida una vulgar historia de amor, la película muestra claramente las difíciles condiciones de vida de los isleños, sujetos a largos periodos de sequía y eternamente condenados a la emigración. Las imágenes tienen una fuerza inusitada con escenas de gran intensidad dramática.
No obstante, el género preferido seguía siendo la comedia, representada en la pantalla por actores de teatro conocidos que encarnaban a tipos populares con los que el público se identificaba.
Una de las comedias más populares de la historia del cine portugués es La aldea de la ropa blanca, de de Chianca de Garcia (1898-1983), que ya había rodado otras dos películas sonoras El trebol de cuatro hojas y La Rosa del Atrio. Rodada en 1938 en los alrededores de Lisboa, fue el resultado de la combinación feliz de un buen trabajo de planificación del escritor José Gomes Ferreira y del montaje del propio Chianca de García, sin olvidar las excelentes interpretaciones del elenco de actores, encabezado por Beatriz Costa.

Los éxitos de los años 40

En el inicio de los 40 el cine vive un momento de gran creatividad y éxito, acentuándose la variedad de géneros que ya se había visto en la década anterior.
De nuevo destaca la producción de comedias, y será en esta década cuando se realicen algunos de los mejores trabajos del género. António Lopes Ribeiro realiza em 1941 El padre tirano y su hermano Francisco Lopes Ribeiro (1911-1984), también actor, El patio de las cantigas. Dos años después es el momento de Arthur Duarte (1895-1982), que había trabajado en los estudios alemanes de la UFA, al adaptar para el cine la obra “O Costa do Castelo”. Hay que decir, que muchas de las producciones de la época eran adaptaciones de obras de teatro ya representadas y, por lo tanto, conocidas y aplaudidas por el público. Así pasaría con dos clásicos de la comedia portuguesa: La vecina de al lado (1945), de Lopes Ribero, y El león de la Estrella (1947), de Arthur Duarte.

Dos películas más, de principios de los 40, se sitúan entre los clásicos del cine portugués. Se trata de Aniki-Bobó, primer largometraje de Manoel de Oliveira y Ala arriba, una realización de Leitão de Barros ambientada en el seno de la comunidad pescadora de Póvoa de Varzim.
Aniki-Bobó, primer largometraje de Manoel de Oliveira, producido por António Lopes Ribeiro, tenía la particularidad de tener como protagonistas a niños de la zona de la ribera de Oporto, que vivían el mundo de los adultos como un juego (el título está sacado de una cantinela que se usaba en el juego de “policías y ladrones” para elegir a los componentes de cada equipo), en el que el miedo era el principal enemigo. El público no acudió a ver esta película diferente (para algunos exponente del cine neo-realista), que curiosamente obtendría veinte años después, el Diploma de Honor del II Encuentro de Cine para la Juventud de Cannes, en 1961. Anteriormente, al poco tiempo de su finalización, Ala arriba, había sido premiada, siendo la primera película portuguesa que recibía un premio internacional, en este caso la Copa Volpi de la Bienal de Venecia de 1942. Una década después de haber filmado las costumbres y los dramas de Nazaré, Leitão de Barros volvía al universo de la vida de los pescadores, si bien ahora en Póvoa de Varzim, escenario de una historia de amor, marcada por la rivalidad entre castas.

Los años 40 en Portugal, como ya quedó dicho, fueron de lo más variado por lo que a producción cinematográfica se refiere. Surgió un tipo de película que hacía apología de los modos de vida más simples, incluso de la pobreza. Títulos como Un hombre hecho y derecho, de Jorge Brum do Canto, Ave migratoria y Sierra Brava, ambas de Armando Miranda, o Tres días sin Dios, esta última firmada por la actriz Bárbara Virginia, que reproducía en la pantalla, sin gran originalidad, un Portugal de costumbres sobrias, donde los cambios experimentados en Europa y en mundo en general tras la II Guerra Mundial poco o nada se dejaban notar.
En 1947 se estrena Capas Negras, rodada casi íntegramente en Coimbra por Armando de Miranda, actor y director en constante actividad. Un año después se estrena Fado –historia de un canto-, firmado por Perdigão Queiroga (1916-1980). Ambas películas permanecieron durante varios meses en cartel, gracias también a la música inspirada de los compositores Federico Valério, Federico de Freitas o Raúl Ferrão, nombres de teatro que llevaron de nuevo su conocimiento a un cine formalmente poco innovador pero eficaz para captar al público.




Tiempos de crisis en los años 50

El éxito de estas dos películas musicales citadas en el epígrafe anterior y la creciente popularidad de Amalia Rodrigues en Brasil, no paso desapercibida para Leitão de Barros, que pensó en una gran coproducción luso-brasileña que tuviera como tema la vida del poeta Castro Alves, en concreto su lucha antiesclavista y su pasión por la actriz portuguesa Eugenia de Câmara, papel que interpretaría Amalia Rodigues. La película "Vendaval Maravilloso" no fue bien recibida por crítica y público y acabó en el olvido, hasta el punto de que hoy sólo ha sido posible recuperar pequeños fragmentos de la misma tras un incendio que asoló el local de la productora brasileña donde se almacenaba.
La crisis, que ya tomaba visos de realidad, se fue agravando, fruto también de la cada vez mayor presión de la censura, que en los años 50 y 60 llegaba a mutilar de tal modo las películas que, en ocasiones, acababan por ser irreconocibles y completamente ininteligibles.

L los 50, tomando el relevo algunos ayudantes de dirección, en ocasiones de un modo bastanteos directores de prestigio se fueron alejando de la realización, especialmente en la década de rudimentario, lo que acentuaba su inferioridad frente a las producciones extranjeras. De este periodo es de justicia citar a Manuel Guimarães (1915-1975), que con sensibilidad y buen gusto firma Saltimbanquis, sobre el periodo de decadencia de un pequeño circo ambulante.
La mayor novedad que produjo la década de los 50, dominada por la falta de imaginación y de medios, fue la aparición de cineclubes y la apertura al público de la Cinemateca portuguesa, en 1958. Fue también la década de la reaparición de Manoel de Oliveira tras una estancia en Alemania estudiando las cuestiones técnicas relativas al uso del color. En 1956 presenta el documental El pintor de la ciudad, sobre la obra del pintor Antonio Cruz, y tres años después el medio metraje El pan, sobre lo que podríamos llamar el ciclo de la simiente, desde su fecundación hasta convertirse en pan.
En este periodo, el Estado se muestra favorable a la creación de la televisión, a la que ve como un instrumento propagandístico que difunda documentales que elogien al régimen. A pesar de ello, hay que destacar la oportunidad que el Consejo del Cine ofreció a algunos jóvenes cineastas para salir al extranjero a seguir cursos de formación, al tiempo que la televisión proporcionaba, principalmente en el campo del reportaje, el contacto y conocimiento de material técnico moderno.

El nuevo cine portugués de los años 60

Si hay que señalar una obra que refleje el movimiento y la actitud de reflexión sobre la necesidad de la existencia de un tipo distinto de cine ésta ha sido Don Roberto, de Ernesto de Sousa (1921-1988), rodada en 1962 con fondos de la Cooperativa del Espectador. La película sobre la vida poco más que miserable de un artista de calle, es todavía rehén de ciertos convencionalismos y de un neo-realismo dependiente de personajes-símbolo. Sin embargo, existe en el filme una franqueza y una sensibilidad que lo aleja del pobre panorama del cine portugués de la época. Lo mismo podría decirse de Pájaros de alas cortadas, que Arthur Ramos dirigió un año después, a partir de un argumento del escritor poco apreciado por el poder, Luís Francisco Rebello, película en la que se ponía en el objetivo, si bien algo convencionalmente, el conflicto generacional.
1963 se convertiría en año de referencia para el cine portugués gracias a Verdes años, primer resultado de la inversión de Antonio Cunha Telles en un nuevo -o, al menos diferente- tipo de cine. Cunha Telles había dirigido en 1961 el Estudio Universitario de Cine Experimental de la Juventud Portuguesa , institución que con su pomposo nombre oficialista hace pensar que vehicularía las ideas sociales y artísticas próximas al régimen, mas al contrario, fueron muchos los jóvenes que pasaron por la institución con una idea de cortar con el convencionalismo del cine que se venía haciendo. Al fundarse “Producciones Cunha Telles”, muchos de los nuevos cineasta tuvieron la oportunidad de trabajar con técnicos franceses en producciones rodadas en Portugal y también la oportunidad de rodar sus propias películas, con claras influencias de la nouvelle vague francesa. Verdes Años de Paulo Rocha, llevó a la pantalla una vez más el conflicto entre el campo y la ciudad, sólo que en está ocasión sin el toque melodramático tradicional.

Un año después se estrena Belarmino, de Fernando Lopes (1935-2012), rodada a modo de reportaje, de forma absolutamente innovadora en el panorama cinematográfico portugués, al mostrar una Lisboa marginal con el pretexto de una entrevista a una de las figuras más populares de la bohemia de la ciiudad, el ex-púgil Belarmino Fragoso.
En 1963 Manuel Guimarães en una producción de Cunha Telles , realiza con gran dignidad profesional una adaptación de la pieza de Bernardo Santareno (1924-1980) El crimen de Aldea Vieja. En 1965 Antonio Macedo firmará otra adaptación de la novela de Fernando Namora (1919-1989) Domingo por la tarde, alcanzando cierto éxito comercial.
En términos comerciales este “nuevo cine” se encontraba muy lejos de atraer al gran público, que se volcaba ahora en producciones protagonizadas por “vedettes” popularizadas por la televisión. Casi siempre eran obras de tramas poco elaboradas, que no requerían grandes esfuerzos interpretativos y que servían de pretexto para el lucimiento musical de sus protagonistas, los cuales tampoco aportaban ningún valor de calidad al panorama musical portugués. Un ejemplo es la película Una hora de amor de 1964, protagonizada por Antonio Calvario y Madalena Iglesias, dos cantantes cuyo éxito fue tal que continuaron protagonizando este tipo de cintas durante casi una década más.
Por lo demás, se trataba de realizaciones de corte idéntico al que por entonces se producía en paises como España, Italia o Alemania, alcanzado, de hecho, un considerable éxito entre el público.

Después de Las Islas encantadas de 1965, del luso-francés Carlos Vilardebó, con una excelente interpretación de Amalia Rodrígues, (que por entonces todavía no cantaba) y de Cambiar de vida de 1966 , de Paulo Rocha, sobre la problemática del alejamiento que las guerras coloniales y la emigración producía, la productora de Cunha Telles entró en bancarrota y el futuro del cine más socialmente comprometido se vio gravemente afectado.
En 1970 se constituyó el Centro Portugués de Cine, una suerte de cooperativa de cineastas, auspiciado por la Fundación Gulbenkian y bien tolerado por el régimen, en aquel momento presidido por Marcelo Caetano (1906-1980). Para el inicio de la década ni siquiera los melodramas musicales atraían al público, de manera que el Centro Portugués de Cine tomó las riendas de la industria y comenzó a producir películas para dinamizar el mercado. La primera producción fue El pasado y el presente de Manoel de Oliveira , en la que destacan unos diálogos de corte absurdo, que una interpretación muy afectada se harán corresponder al mundo fútil y vacío que viven los personajes.
Las cintas que la siguieron tampoco lograron encandilar al público en general, si bien transmitieron un mensaje claro de la incomodidad de una sociedad desfasada en relación al resto de Europa, marcada por una represión más o menos visible para aquellos que se mostraban críticos a los “patrones oficiales”. Esto queda de manifiesto, por ejemplo, en El recado de José Fonseca e Costa , o Perdido por Cien de António-Pedro Vasconcellos, películas, que como otras de este periodo, se presentaron a festivales de cine internacionales. Resulta curioso destacar que el “Nuevo cine” fue conquistando paulativamente al régimen, a través de los premios oficiales que otorgaba la Secretaría de Estado de Información y Turismo, lo que hacía que no pudiera ignorar producciones completamente alejadas de os parámetros que más habrían agradado al gobierno.



Mientras, la ley nº 7/71 va a sustituir a las anteriores, trayendo consigo la creación de un Instituto Portugués de Cine, que además también otorgará subsidios a cineastas claramente en oposición al régimen. En este caso, la Censura se encargaría de eliminar todo lo que fuesen críticas demasiodo evidentes a la situación política, lo que se traducía en que muchas veces los argumentos de las películas resultasen incomprensibles. A esto se sumaba la habitual falta de recursos financieros para producir películas, lo que obligaba a muchos cineastas a verter todo su torrente creativo en una sola cinta, recurriendo a símbolos no siempre de fácil descodificación y que hacían la película poco llamativa para el público en general.
En otros casos, se recurría a propuestas a nivel meramente estético, si bien a veces de alto calado, como Una abeja en la lluvia, adaptación de la novela homónima de Carlos de Oliveira (1921-1981), realizada por Fernando Lopes (1935-2012), que huían de lo que las películas americanas , las de mayor aceptación y éxito, habitualmente mostraban.

Muere Manoel de Oliveira, el mítico cineasta con noventa años de carrera y 106 años de edad (2 abril de 2015)


 El País. Gregorio Belinchón Madrid, 2 abril de 2015
 
Con 106 años, y con un ritmo de rodaje de un filme por temporada, parecía que Manoel de Oliveira había superado la muerte. Él mismo decía: “¿Qué si pienso en parar? Si paro de rodar, me aburro y me muero. Tengo en mente un montón de proyectos. Ahora bien, no sé si la vida me va a dar para hacerlos todos”. Pues al menos muchos de ellos sí. Tras su muerte esta mañana en su casa de Oporto, como informaron fuentes de su familia a medios portugueses, desaparece el último gran cineasta europeo surgido del cine mudo. Oliveira, que nació el 11 de diciembre de 1908 en una familia burguesa en Oporto –su padre poseía, entre otras, una fábrica de bombillas, la primera en Portugal-, estudió de joven en un colegio de jesuitas en La Guardia (Pontevedra), junto a la desembocadura del Miño. “Era un mal estudiante. Me interesaba más el atletismo Y ya entonces empezó a ver cine y decidió que allí estaba su carrera. En la década de los años veinte, Manoel de Oliveira hizo su primera aparición en pantalla como actor en una película de Rino Lupo, Os lobos (1923), un cineasta italiano que se había mudado a Portugal atraído por las mujeres (una constante también habitual en la carrera de Oliveira). Curiosamente, Oliveira siguió actuando incluso después de debutar como director: encarna a uno de los protagonistas de la segunda película sonora rodada en Portugal, A canção de Lisboa (1933), de Cottinelli Telmo. Pero lo suyo era dirigir. 

En 1931, realizó su primer corto, Douro, faina fluvial, documental que muestra cómo le influían directores como Robert Flaherty y los documentalistas soviéticos, y en el que cuenta una jornada de trabajo de los pescadores de las orillas del río Duero. Ese tema, el de los pescadores, lo repitió en sus siguientes trabajos, con mucho tono etnográfico. Entre medias, completa su bagaje técnico con viajes a Alemania. Con las décadas, Oliveira decidió mantener fija la cámara, rodar con planos fijos, él que en su juventud apostaba por montajes rápidos. “Cuando empezó el cine, los Lumière querían dar movimiento a las fotografías, que son fijas. El asunto está en mover lo que está dentro del cuadro, no mover el cuadro. El tiempo no tiene movimiento, sino que el movimiento está dentro del tiempo. A mí me costó aprenderlo”. Y ese detalle le gustaba remarcarlo con gestos, hombre como era de charla fácil y de muchos movimientos: “¿Tú mueves la cabeza a lo loco para mirar algo? No, las cosas se mueven delante de ti, y tú las sigues a veces en una panorámica. Eso de los directores que alardean de trucos técnicos... no, no. Un director portugués dijo que escuchaba los comentarios del público a la salida de sus películas. Si decían que se notaba que había un gran realizador, malo. Si decían que era un gran filme, se ponía contento. Pues eso. La técnica no pertenece a la expresión. Y el arte sí pertenece a la expresión, a la vida. El arte es pensamiento, imaginación, sentimiento... Ahí no entra la técnica. El cine se basa en el realismo de los Lumière, en la imaginación de Méliès y en la comicidad de Max Linder. Y no hay más. En realidad, el teatro es más honesto que el cine, porque no te engaña con sueños, voces en off o pensamientos de los protagonistas. Lo que está ahí lo ves. Muchos no estarán de acuerdo conmigo, ¿verdad? Yo antes veía mucho cine. Ahora...”.

Manoel de Oliveira. (Foto: Santi Cogolludo, 2011)

En 1942 dirigió Aniki Bobó, relato de una pandilla de chicos de las calles de Oporto, precursor del neorrealismo italiano. Fue tal el desastre en taquilla, que Oliveira se recluyó en los negocios familiares y no volvió al cine hasta 14 años después, con El pintor y la ciudad (1956), película en la que empieza a virar hacia los planos largos, textos trabajados y cierta teatralidad, y que le lleva a O acto da primavera (1963), una docuficción que apuesta por la antropología visual en el cine en una línea que comparte con otro veterano luso, António Campos: ambos serán los referentes posteriores de João César Monteiro, Pedro Costa o António Reis. Al año siguiente estrena el mediometraje A caça, y por culpa de algunos de sus diálogos pasa detenido diez días por la PIDE, la policía de la dictadura de Salazar. Más aún, por la censura y la falta de recursos económicos, los trabajos de esa época de Oliveira son escasos en número y en duración: casi todos son mediometrajes. En 1972 vuelve a las tramas novelescas con El pasado y el presente, y dos años más tarde, con la Revolución de los Claveles, comienza un nuevo periodo creativo. Con el tiempo, incluso recuperaría alguno de esos materiales iniciados y no completados, como el libreto en el que se basaba su último filme, El extraño caso de Angélica: “Es un guión que escribí en los cuarenta, que se publicó en los cincuenta y que retoqué para filmarlo. No puedo parar de rodar”. Con Amor de perdición (1979), que revisa la novela de Camilo Castelo Branco, arranca su etapa internacional y sus revisiones de la literatura: desde ese momento casi todas sus películas tendrán de base una obra literaria: Francisca (1981), basada en la novela de Agustina Bessa Luís; El zapato de raso (1985), cuyo guion adapta la obra de teatro de Paul Claudel, y con la que gana el León de Oro en Venecia; La divina comedia (1991); El día de la desesperación (1992), sobre el suicidio de su admirado escritor Camilo Castelo Branco; Valle Abraham (1993), basada en la novela de Agustina Bessa Luís; A Caixa (1994), siguiendo la obra homónima Alvaro de Carvalhal; El convento (1995), a partir de otra novela de Agustina Bessa Luís; Party (1996), según la pieza teatral de también Agustina Bessa Luís; Inquietud (1998), que difunde tres relatos de escritores de diversas épocas y estilos, o La carta (1999), basada en la obra de Madame de La Fayette. Entre medias están Los caníbales (1988), una película cantada; No, o la vana gloria de mandar (1990), sobre la historia portuguesa, y Palabra y utopía (2000), sobre la vida y sermones barrocos del padre Antonio Vieira. En el nuevo siglo llegan Vuelvo a casa (2001), rodada en Francia con un guion suyo; Porto de mi infancia (2001), evocaciones sueltas de su ciudad natal (encargo de Oporto por ser capital europea de la cultura); El principio de incertidumbre (2002), basada de nuevo en la novela de Bessa Luís; Una película hablada (2003); El quinto imperio (2004); Espejo mágico (2005); Belle toujours (2006), especie de réplica del Belle de jour de Luis Buñuel, con Michel Piccoli, y Cristóbal Colón (2007).

En 2009 estrenó Singularidades de una chica rubia, protagonizada por su nieto, Ricardo Trepa, habitual en su cine-, una visión muy irónica de los problemas morales y económicos de la burguesía y el atontamiento que provoca el amor pasional. “El filósofo Spinoza decía que creemos que somos libres porque ignoramos que nuestros actos son comandados por las fuerzas más oscuras. Y Ortega y Gasset, que cada día me gusta más, habla del hombre y sus circunstancias. Esto define lo que pienso de la pasión”. Oliveira se basó en el primer relato que escribió su compatriota Eça de Queirós, que el cineasta trasladó del siglo XIX al XXI. “Toda la ironía que ves en el filme ya estaba en el relato. Por eso me atrajo”. Después realizó, con Pilar López de Ayala como actriz principal, la ya mencionada y fantasmagórica El extraño caso de Angélica (2010). “Me encantan las mujeres bonitas como Pilar. En la vida son más bonitas que los hombres. En realidad, creo que todas las mujeres tienen un atractivo natural. La mujer más conocida del mundo en pintura es la Mona Lisa, con su sonrisa enigmática, y en escultura, la Venus de Milo. Las dos son atractivas, no provocadoras. Y en el vientre de la Venus está algo para mí fundamental: la creación de la vida. La mujer es la madre de la humanidad, el hombre sólo aparece en un momento. No entiendo a esas esposas sumisas que cuidan a sus maridos. En la naturaleza ningún animal lo hace. Primero deben preocuparse por sí mismas; después, por sus hijos”. Sin cesar en su ritmo, hizo un par de cortos -uno, para la película colectiva Mundo invisible- y estrenó en el certamen de Venecia de 2012 O gebo e a sombra (con Claudia Cardinale, Michael Lonsdale, su musa Leonor Silveira y Jeanne Moreau), ambienta a finales del siglo XIX y en el que describe el sacrificio de un patriarca para salvar a su hijo fugitivo. 

Oliveira, 2008. (Foto: Joge Trepa)

Su penúltimo trabajo es el capítulo O conquistador conquistado (un mediometraje socarrón, con mucha coña y bastante ágil) de la película colectiva Centro histórico, realizada como parte de los actos de la ciudad de Guimarães como capital cultural europea en 2012. En abril rodó su último filme, el corto O velho do Restelo, con sus habituales Luís Miguel Cintra, Diodo Dória y Ricardo Trêpa (que en la vida real era además su nieto). A Oliveira le gustaba hablar de política –“España parece que no mira a Portugal, pero lo hace. Yo tengo premios de todas las zonas españolas y siempre me han atendido bien”- y de Jesucristo. En las entrevista muchas de sus respuestas contenían una anécdota bíblica y sobre el perdón, eso sí, con mucha socarronería. “Yo soy como Buñuel, otro creyente descreído. Sin el catolicismo no existirían las películas de Buñuel”. Aunque llevaba bastón, el cineasta solo lo usó para apoyarse en los últimos meses, y parecía más un elemento engatusador que una ayuda física. Este periodista pudo visitar su casa hace dos años y encima de la mesita del salón, entre decenas de papeles, había un folleto titulado Ventajas de Internet. Llamaba mucho la atención en la estancia, un salón luminoso en el quinto piso de un bloque en el mejor barrio de Oporto: “No sé si Internet es bueno. La vida moderna aumenta la capacidad mecánica sin mejorar la habilidad del hombre. Acabamos dependiendo de la máquina. Antes cultivabas la memoria, otras habilidades... Piense en los grandes exploradores, como Cristóbal Colón, que se lanza a intentar llegar por el otro lado a la India. Sin ordenadores, basándose en su intelecto”. Preguntado por la muerte, respondió: “Un poeta portugués dijo que el espíritu escapa cuando respiramos. Vi morir a mi padre, vi su último suspiro. Y en ese soplo se iba su espíritu. Ahí pierdes tu personalidad, queda la materia inanimada. También dicen que en esa expiración se iba la maldad, hay expiación. Así que cuando fallezca, en ese suspiro último al fin podré perder toda mi maldad”.


Manuel de Oliveira. (Foto: Daniel Rocha, 2008)


Morreu Manoel de Oliveira. Como queria, filmou até ao fim

Público. Sérgio C. Andrade, 02/04/2015 

Em 2010, num artigo para o PÚBLICO, em "defesa do cinema português", escreveu que pensava nas condições cada vez mais difíceis dessa coisa de fazer filmes em Portugal. Que pensava nos seus colegas. "Eles, como eu, sempre viveram na precariedade e na insegurança, sem reforma nem subsídio de desemprego, e sem nunca sabermos se não estaremos a fazer o nosso último filme. Eles, como eu, só temos um desejo: todos ambicionamos morrer a fazer filmes."

Morreu esta manhã o realizador Manoel de Oliveira. Tinha 106 anos. Morreu em casa, soube o PÚBLICO junto de fonte próxima da família. Quando, jovem de 20 anos, começou a frequentar os meios do cinema, este dava ainda os primeiros passos como nova forma de expressão artística, mesmo se com a energia inovadora da narrativa de um David W. Griffith, do expressionismo alemão de um Wilhelm F. Murnau, ou do realismo soviético de um Sergei M. Eisenstein.

Em 1928, matriculou-se na Escola de Actores de Cinema fundada no Porto pelo realizador italiano Rino Lupo, e faz uma pequena figuração no seu filme Fátima Milagrosa. Era o hobby de um jovem dandy, que por esses anos se entretinha também a praticar atletismo e a desafiar a gravidade no trapézio do Teatro-Circo Carlos Alberto. Desatenção em Portugal No ano seguinte, com o seu amigo Manuel Mendes, empregado bancário e fotógrafo amador, começou a registar numa pequena câmara Kinamo o dia-a-dia dos trabalhadores nas margens do rio Douro, transpondo para o cenário da Ribeira portuense aquilo que vira o alemão Walter Ruttmann fazer com Berlim, Sinfonia de uma Capital (1927). Desta experiência resultou Douro, Faina Fluvial, montado à pressa na própria casa do jovem cineasta para ser estreado, pela mão de António Lopes Ribeiro, em 1931, em Lisboa, no programa do V Congresso Internacional da Crítica. O episódio é conhecido: a maioria da plateia de críticos nacionais pateou o filme (José Régio foi uma das raras excepções), enquanto os estrangeiros, entre os quais se encontrava o crítico francês Émile Vuillermoz e o dramaturgo italiano Luigi Pirandello, aplaudem… Começou aqui uma duplicidade que praticamente acompanharia toda a carreira do realizador, entre a desatenção ou mesmo desprezo por parte das plateias em Portugal e o aplauso e a progressiva reverência no estrangeiro, principalmente em França e em Itália. Depois de uma notada presença ao lado de Vasco Santana, António Silva e Beatriz Costa em A Canção de Lisboa (1933), o filme de Cottinelli Telmo que inaugurou a época de ouro da comédia portuguesa – “mas nunca fui lá grande actor”, confidenciou mais tarde –, aventurou-se na longa-metragem com Aniki-Bóbó (1942). É a adaptação de um conto do seu amigo Rodrigues de Freitas, Meninos Milionários, numa fábula sobre o universo infantil (e a dimensão adulta que ele já encerra) de novo encenada nas margens do Douro. A recepção ao filme voltou a ser distante, e Aniki-Bóbó só foi verdadeiramente redescoberto mais tarde, com a sua passagem na televisão e após a menção honrosa conquistada num encontro de cinema para jovens em Cannes, em 1961.

Manoel de Oliveira, cineasta de vanguardia, documentalista y precursor del neorrealismo en el largometraje 
Aniki-Bóbó (1942)

Nos anos subsequentes a Aniki-Bóbó e durante cerca de duas décadas, viu-se impedido de concretizar os seus sucessivos projectos cinematográficos, entre os Os Gigantes do Douro (1934), que, a seguir a Douro, Faina Fluvial, se propunha ir mais longe, às raízes da vida árdua dos trabalhadores das vinhas naquela região do interior do país, e Angélica (1952), que só viria a concretizar mais de meio século depois. Pelo meio, realizou algumas curtas-metragens para os amigos, gere a empresa industrial herdada do pai e dedicou-se ao cultivo da vinha no Douro, na sua quinta e de sua mulher Maria Isabel Carvalhais, com quem casa em 1940. “Ele era um rapaz muito pretendido ali na Foz. E era muito sabido, mas também muito humano. Gostei logo dele, pela maneira sensível como tratava as pessoas”, testemunhou a sua mulher aquando da celebração do 90º aniversário de Oliveira. O casamento interrompeu, curiosamente, outra faceta da carreira desportiva de Oliveira – a de piloto automóvel, que teve o seu momento mais alto com o 3º lugar conquistado, ao volante de um Ford B8 Especial, no Circuito da Gávea, no Rio de Janeiro (equivalente à actual Fórmula 1). Num momento de maior desalento perante a falta de perspectivas para cumprir a sua principal vocação, admitiu mesmo, em 1946, em declarações à revista Filmagem, abandonar a actividade do cinema. Mas o apelo da Sétima Arte continuou a ser mais forte e, em meados da década de 50, decidiu ir aprender a técnica da cor numa fábrica da Agfa, na Alemanha.

No regresso, pôs em prática o que aprendeu em O Pintor e a Cidade, percorrendo de novo o seu Porto natal desta vez guiado pelas aguarelas de António Cruz (o documentário torna-se no primeiro filme a cores realizado em Portugal). O realizador terá, no entanto, de esperar pelo início da década de 60 para conseguir finalmente apoio institucional para voltar a filmar. Com o subsídio do Estado avança para a realização de dois filmes, que marcarão essa década do Cinema Novo português: Acto da Primavera (1962), registo pessoalíssimo, inesperado e contra toda a iconografia da tradição duma representação popular da Paixão de Cristo, e A Caça (1963), uma parábola buñuelana – dir-se-á depois – sobre a fragilidade do Homem perante a Natureza. Em 1963, e após um debate subsequente a uma projecção de Acto da Primavera no Porto, Oliveira foi detido pela PIDE e passa alguns dias no Aljube, em Lisboa, onde tem como companheiro de prisão o escritor Urbano Tavares Rodrigues. No início da década de 70, realizou O Passado e o Presente, a partir duma peça de Vicente Sanches, num filme que volta a confundir e a dividir a crítica e a deixar os espectadores desconcertados perante o seu olhar irónico e implacável sobre a vida da burguesia no país. O 25 de Abril de 1974 apanha Oliveira a caminho do estúdio para filmar a peça Benilde ou a Virgem-Mãe, de José Régio, seu amigo e uma espécie de conselheiro intelectual já então desaparecido, e a cuja obra haveria de voltar mais tarde (O Meu Caso, 1986, e O Quinto Império – Ontem como Hoje, 2004).

Manoel de Oliveira, 2008.

E nesses dias de agitação em que toda a gente, com os cineastas à frente, sairam para a rua a festejar, filmar e fazer a Revolução, Oliveira persistiu em continuar em estúdio para realizar a sua “revolução”: a adaptação cinematográfica – a terceira na história do cinema português – da obra-prima de Camilo Castelo Branco, Amor de Perdição (1978). Espartilhada entre uma primeira versão como série televisiva (a preto e branco) e uma muito longa-metragem de mais de quatro horas para as salas, o Amor de Perdição de Oliveira levava ao extremo a sua filosofia de que o cinema é a fixação da literatura através do teatro da palavra. O realizador voltou a ser mal recebido em Portugal, e elogiado em Paris. É este facto que, associado à parceria que, a partir de Francisca (1981), estabelece com o produtor Paulo Branco, vai fazer toda a diferença. O segundo fôlego Começa aqui, em simultâneo com a estreia da sua ligação com a amiga de há muitos anos, a romancista Agustina Bessa-Luís (autora de Fanny Owen, que estaria na origem de Francisca), o segundo (grande) fôlego da carreira e da obra do realizador português. Desde essa altura, a história é (mais ou menos) bem conhecida: Oliveira começa a trabalhar à velocidade de um filme por ano, reincidindo na colaboração criativa (mas nem sempre pacífica) com Agustina, em alternância com os regressos a Régio e a Camilo (O Dia do Desespero, 1992). Vale Abraão (1993), “O Convento” (1995) e “Party” (1996) prosseguem a parceria criativa com Agustina (que chegaria a nove filmes), reforçam a projecção internacional do cinema de Oliveira e permitem-lhe contar com grandes figuras do cinema mundial nas suas fichas artísticas: Catherine Deneuve e John Malkovich (O Convento), mas também Michel Piccoli (Party, 1996, Vou para Casa, 2001, Belle Toujours, 2007), Marcello Mastroianni (Viagem ao Princípio do Mundo, 1997), Lima Duarte (Palavra e Utopia, 2000, Espelho Mágico, 2005), entre outros. Sempre ao lado da sua dupla portuguesa de eleição, Luís Miguel Cintra-Leonor Silveira, e além de presenças inesperadas, como a de Pedro Abrunhosa ele próprio (A Carta, 1998) ou de Maria de Medeiros (Porto da Minha Infância, 2001).

Estes são os anos da grande projecção mediática e internacional do realizador português que começou no tempo do cinema mudo, que soma presenças anuais consecutivas nos principais festivais de cinema, ora Cannes, ora Veneza (onde “Il Maestro” goza de uma popularidade ímpar), mas também de Berlim e de São Paulo. Entra para o Guinness como o mais velho realizador em actividade em todo o mundo, e mantém esse estatuto durante anos sucessivos, continuando a realizar e a concretizar projectos todos os anos, mesmo depois de ter rompido a relação de trabalho com Paulo Branco, após “Espelho Mágico”. Nos intervalos das longas-metragens, realiza pequenos filmes a convite dos festivais de São Paulo e de Cannes, respectivamente Do Invisível ao Invisível (2005) e Chacun son Cinéma: Rencontre Unique (2007), e também documentários para as fundações Gulbenkian (O Improvável Não É Impossível, 2006) e de Serralves (Painéis de São Vicente de Fora. Visão Poética, 2010). Filmar é a sua forma de respirar, e a sua paixão sempre foram os filmes. “É um verdadeiro cedro-do-líbano; só há-de cair arrancado por uma violenta tempestade, daquelas a que a gente diz que é impossível resistir”, dele disse o seu amigo vindo do círculo de Régio em Vila do Conde, o padre e historiador João Marques. 


Entrevista a Manoel de Oliveira

En su batalla contra el tiempo, Manoel de Oliveira (Lisboa, 1908) rueda sus películas cada vez con mayor rapidez. “Es que cada vez tengo menos tiempo de vida”, sostiene el casi centenario director portugués. Como si su vida fuera una bella parábola en torno a la existencia y el poder de la creación, es posible que el día que deje de rodar, dejará seguramente de existir. Será entonces cuando comience a reivindicarse el auténtico valor de sus películas. Desde el estreno de Una película hablada hace tres años, las salas españolas todavía tienen dos largometrajes suyos pendientes, El Quinto Imperio (2004) y Espejo mágico (2005), a los que en breve se sumará Belle toujours, un proyecto en el que se ha propuesto rodar la conclusión de Belle de jour, dirigida por Luis Buñuel cuarenta años atrás (“Vean el filme y después me dirán si les ha gustado o no”, contesta cuando se le pide que hable del proyecto).

La inauguración la noche del 1 de junio de La Muestra Internacional de Cine Europeo Contemporáneo de Barcelona (MICEC ‘06) con la proyección de Espejo mágico, viene a enmendar sólo en parte esta inopia de las distibuidoras españolas, que no están por la labor de adaptarse al imparable ritmo de producción del único cineasta en activo que comenzó su carrera realizando cine mudo. Anticipándose a su presencia hoy en Barcelona, El Cultural le envió una serie de cuestiones en torno a diversos aspectos de su obra (de la que se muestra reacio a hablar) y la situación general de la cinematografía. Por respuesta, el autor de obras fundamentales como A divina comedia o El valle de Abraham envió diversas reflexiones que a continuación reproducimos estructuradas por temas.

La tradición europea
“Europa nunca podrá dejar de ser la tradición del cine, porque es en Europa donde siempre se han desarrollado sus grandes movimientos estéticos . Resulta un tanto complejo sin embargo pensar las características del cine europeo en la actualidad. Para simplificar mi razonamiento, divido este concepto en dos campos: arte y comercio. Caracterizar este aglomerado de países del que se compone nuestra Europa, y que tiende a unificarse bajo el nombre de Unión Europea, en busca de una globalización, es algo teóricamente fácil pero en la práctica difícil de concretar, tan difícil como definir el cine europeo. Cuando el cine pasa del mudo a hablar las lenguas propias de cada país, ya se produce la división del cine europeo. Es cierto que las técnicas pueden aproximar, a través de las imágenes, diferentes modos expresivos del cine, por efecto de un mestizaje cultural entre los países que se sobreponga a las idiosincrasias propias de cada país. ¿Bastará?”.

Racionalizar el misterio
“No es fácil planificar y luego realizar un filme. Pero no es menor la dificultad, una vez terminada la película, cuando se nos exige explicar todo aquello que, en un momento afortunado, el realizador ha conseguido expresar. Todavía es peor cuando se expresa de un modo extraño, como en el caso del surrealismo o del “súper-racionalismo”, a falta de una definición mejor que nos explique la racionalización de aquello que es el lado poético o el lado misterioso, donde la razón no puede más que reconocerlo, una vez que depara en lo ignoto. No obstante, serán éstas, las del campo ignoto, las características más ricas de toda la expresión –misterio que envuelve la poesía, poesía que envuelve el misterio. ¿Y no será esta la caracerística del cine europeo?”.

Una película hablada
“Mi filme Una película hablada es una reflexión sobre la civilización occidental, sobre la civilización dominante en el mundo. Pero la lógica del film está en su final, evocando una especie de predicción del 11 de septiembre cuando aún no había acontecido. La identidad dominante en el mundo es la civilización occidental. Su progreso deriva del conocimiento, que tiene en él su propia base. El barco del final simboliza al mundo, pero también al hogar del home, sweet home. El barco, hogar del capitán que se ha hecho responsable de su pasado, donde concentra toda la memoria de su vida y donde acumula responsabilidades como un deber: el deber, por ejemplo, de tener que ser el último en abandonar el barco. De ahí el trauma de ver morir en su lugar a inocentes e incautas pasajeras... El drama que sucede a los otros recae sobre él, el buen pastor obligado a cuidar de sus ovejas”.

Oriente y Occidente
“Podemos decir que de Occidente ha dependido siempre el conocimiento, mientras que de Oriente ha provenido una sabiduría de un tipo más oral, adquirida a través de una experiencia vivida y transmitida a lo largo de los milenios de generación en generación. Una sabiduría que debería acumular otras tantas experiencias de vida, que se pudiesen aprovechar para el bienestar de las futuras generaciones. Se ha comprobado que no se ha sabido aprovechar ese conocimiento para controlar con mucha prudencia (como queda expuesto en el Libro de Eclesiastés, “prudencia y sabiduría”) los efectos negativos de la civilización, que va provocando una y otra vez todo tipo de errores catastóficos, como el agujero en la capa de ozono causado por la continua y desmedida polución sobre la atmósfera, el aire, la tierra y los mares”.

Avidez de poder
“Conocidos y reconocidos todos los fallos de la civilización, no ha sido Occidente el primero en apelar a la sabiduría y la prudencia para enmendar estos errores. Extrañamente, ha sido Oriente quien ha recurrido al conocimiento de Occidente y lo ha aplicado del mismo modo después de conocer las terribles y nefastas consecuencias ya evidenciadas. ¿Y por qué? Sólo encuentro una respuesta: por la avidez, la avidez de conquistar el poder. Veáse, por ejemplo, la insistencia de Irán que obstinadamente quiere desarrollar la energía nuclear dentro de su propio país. Estos son los ejemplos más perversos del “conocimiento” occidental, que también son los más buscados por Oriente. Occidente no ha buscado, como sería lógico, la sabiduría, sino, increíblemente, justo lo contrario. Frente a esta cuestión, ni siquiera me atrevo a realizar un comentario, por inútil. Pero diré: ellos (Oriente) detonan bombas para aterrorizar a la civilización occidental, condenándola y, al mismo tiempo, copiando la peor parte de ella”.

Globalización universal
“Resulta claro que las diferentes lenguas de los diferentes países, como las diferencias de idiosincrasia, derivadas de los diversos climas y geografías, y la influencia de mestizajes culturales a causa de la vecindad, nos hacen diferentes a unos de otros, sobre todo los del Norte del Sur o los del Oeste en oposición a los del Este. Hay ideas que en teoría encajan bien para unos y otros y parecen ser aceptadas para la globalización. Pero cuidado: Paz, Democracia, Unión Europea no dejan de ser palabras de difícil acomodo en una globalización universal”.

El Quinto Imperio
“La Union Europea no es más que un deseado Quinto Imperio, como preconizaba el Padre Antonio Vieria: ‘Un sólo Dios, un sólo Rey’. También pienso que el cine y las artes tienden a esa comunidad, sin dejar de ser nunca parte de una utopía deseada. Todos somos personas, cada uno con su identidad y su personalidad. Un conjunto de individuos forman un colectivo. La genética es personalísima, y el instinto, aunque similar, es propio de cada uno. Toda ética colectiva, en contraposición al instinto, se impone como una ley o norma para la vida en común. Ama al prójimo como a ti mismo. Sin el respeto al prójimo no puede haber libertad colectiva. Tenemos que ver si la Unión Europea camina en este sentido o, por las razones expuestas anteriormente, se torna un camino difícil en el que el deseo de una sociedad entra en contradicción con la libertad individual”.

“Séptimo Arte”
“El cine comenzó con los hermanos Lumière, continuó con Méliès y Max Linder, y los grandes maestros que les sucedieron lo elevaron a categoría de Arte, ganando así la denominación de “Séptimo Arte”, y con esta clasificación se esparció e infiltró por todo el mundo y, de un modo muy particular, en ciertos países orientales. Las expresiones, en cuanto poéticas o de un cierto modo misteriosas, son reveladoras de sentimientos refinados que surgen por intuiciones, sobreponiéndose a la razón. Son estas expresiones, más valiosas, patentes en el cine, las que hacen que éste sea de difícil, sino de imposible, definición o explicación”.

Al servicio del lucro
“El cine atraviesa hoy una crisis muy grave, en la medida en que lo han transferido de su justo lugar como arte para situarlo al servicio de un proceso económico –industrial, reproductor de lucros, donde los valores se miden por los resultados de la taquilla y no por la calidad artística de los filmes. Las artes, en su sentido más noble y puro, son y serán, en sus diversas formas, el medio más elevado para la educación de los pueblos, para su apurada formación mental. Así lo pensaron los griegos, en su mejor período, como lo muestra la historia. En esa época, las democracias pagaban a los dramaturgos para que escribieran las tragedias, a los actores para que las representasen e incluso al público para que fuese a verlas”.

Los modos grotescos
“Hoy se procura atraer al público al cine de formas cada vez más grotescas, modos y maneras que se van estereotipando en fórmulas cada vez más mediocres, más financieramente rentables, además de perversas. Con el advenimiento del sonido y del color, el cine se convirtió en una expresión artística, por ventura la que más se podía aproximar a la vida real. Síntesis de todas las artes, tal vez por la atracción que sus peculiaridades ejercen, el cine, no sin sufrimiento, se ha desvirtuado de una forma reprobable”.

Falso arte fílmico
“Si consideramos el cine en un contexto comercial, lo que impera es la ley de las audiencias, que observa con celo el lucro reflejado en la contabilidad de las taquillas. La obsesión lucrativa se ha transformado en un ideal absoluto contra el cual la pureza del arte fílmico, en un mundo agarrado al ‘becerro de oro’, poco o nada puede hacer. Hace tiempo, aparecieron las salas de cinema de arte. Eran pocas y esparcidas por distintos países. Sorprendentemente, comenzaron a ser más y más frecuentadas, una señal altamente positiva. Entonces, las empresas comerciales se organizaron para producir filmes a imitación de los verdaderamente artísticos y a exhibirlos en falsas salas de arte. El resultado fue fatal. El público se dio cuenta del fraude y pagaron justos por pecadores: se dejaron de frecuentar las salas de cinema de arte”.

¿Fin del celuloide?
Están mudando las formas de consumir cine. ¿La consecuencia es la muerte del celuloide? “Todos tenemos los días contados. Todo lo que es materia está destinado a desaparecer. Sólo el espíritu permanecerá. El espíritu de Dios vaga por la superficie de los mares”.

Fast-food cinema
“No hay duda de que el cine comercial invierte el sentido del verdadero arte del cine. Filma como algo atractivo construcciones de efectos bombásticos, del mismo modo que filma el sexo por el sexo, rozando lo pornográfico. Se repiten exhaustivamente en otros filmes los mismos trucos que obtuvieron éxito financiero, como si en el lucro estuviese el valor real de la calidad de las películas. Y Europa busca frecuentemente imitar este modelo, una especie de fast-food inventada por Estados Unidos. Digo fast-food porque esos filmes sólo se pueden ver en un momento determinado, en el que el espectador se entrega como drogado por las imágenes predigeridas, que no le obligan a pensar, sólo a dejarse envolver pasivamente por una especie de pesadilla, para luego volver a su vida. Sé que hay mil razones que justifican las películas de presupuestos millonarios, que son vistas por otros tantos millones... por lo que no quiero ofender ni herir a nadie. Estamos en democracia y nuestras voluntades son libres. ¿Será realmente así?”.
El Cultural, 2006


Resúmenes

 
Piedra de Toque: El eterno toque femenino en la obra de Manoel de Oliveira
João Bénard da Costa
Este artículo de abertura nos trae un análisis del conjunto de la obra de un cineasta que, a lo largo de las últimas siete décadas, dirigió veintidós largometrajes y quince cortos, además de haber sido actor, supervisor o co-director acreditado o no, por lo menos en siete otros títulos.
Para João Bénard da Costa, «si bien es indiscutible que el cine de Oliveira cambió mucho de 1931 hasta hoy, es igualmente indiscutible que hay una profunda unidad (unidad temática y unidad obsessional) a lo largo de toda su obra. Cambiando mucho (quizás pocos cineastas hayan cambiado tanto, inclusive en sus películas más recientes) mucho más fue lo que persistió de lo que se alteró.» Esta unidad se expresa en un conjunto de características presentes sobre todo a partir de Benilde ou a Virgem-Mãe ("Benilde o la Virgen-Madre"). El autor destaca, entre otras, la alternancia de grandes secuencias sin diálogos con secuencias muy habladas; una materialidad fuertemente fantasmagórica, en que los protagonistas se mueven como espectros, en locales igualmente espectrales o que se pueden asociar a la muerte; el desequilibrio entre la fuerza de las mujeres y la debilidad de los hombres; es, finalmente, el ya tan conocido «punto de vista» de Manoel de Oliveira, esto es, la asunción de la teatralidad de representación como materia esencial de su arte, volviendo la espalda tanto al naturalismo como al realismo, predominantes en el cine de nuestros días.

 

Conversación con vista para …Paulo Branco
Entrevista de Maria João Seixas
Maria João Seixas traza en esta entrevista un retrato de un productor aventurero que, en el universo cada vez más cauteloso de los productores mundiales de cine, es soñador osado y creativo. A pesar de la experiencia de más de veinte años de carrera continua intenta «no siempre con éxito, que cada película sea una aventura, una nueva aventura.» Y explica a cierta altura de la conversación: «Al final de todo este tiempo, como es comprensible, establecí relaciones de complicidad con muchos directores. Una película que se hace es siempre una puerta abierta para una próxima y así sucesivamente. Es una especie de "work in progress" constante. Fue con Manoel de Oliveira que aprendí las reglas de esta complicidad. Es un gran placer trabajar con alguien que nos sorprende constantemente. Hace veinte años que trabajamos juntos y es justamente eso lo que ocurre. A partir de él intenté extrapolar para otros directores las virtudes de una relación de este tipo, que es muy, muy estimulante. Cuando, por ejemplo, partí para la producción de Francisca ("Francisca"), Manoel de Oliveira era considerado en Portugal un director muy difícil de producir. Se preveía para mi un gran golpe. Además yo no era reconocido aún como un productor en serio todavía, era como una especie de aventurero. La confianza que Oliveira depositó en mi, desde el primer momento, me motivó como un resorte, garantizando que la película fuera hecha en las mejores condiciones posibles. Y fue lo que pasó.


Los caminos de la prostitución
Manoel de Oliveira
Con el pretexto de una historia escandalosa, transcurrida en el seno de una familia burguesa de su tiempo de bohemio, Manoel de Oliveira evoca, en este texto, su infancia y juventud, en especial aquella fase de la vida que hoy llamamos adolescencia. La narración, llena de pormenores curiosos, describe, con notable realismo y precisión, la sociedad de Oporto de los años veinte y treinta. «Como algunos otros jóvenes, rápido me metí en la vida bohemia y temprano incorporé el gusto por la vida nocturna, cosa que al mismo tiempo, no dejaba de ser una escuela, pero una escuela con muchos altibajos. (…)
La vida bohemia fue (y digo fue, porque hoy la vida bohemia ya no existe como era antes, las noches son otras, como las discotecas, y también otras las diversiones, habiendo perdido todo el romanticismo que caracterizaba el verdadero espíritu de lo bohemio) y era entonces, como una desregulación latente en la sociedad por razones de orden tácito y táctico. Y , por eso, de cualquier joven que atravesara ese momento de contrariedad, se decía que estaba en edad de correr o seu fado (lapso de tiempo dado a los jóvenes como necesario para soltar las cargas libidinales propias de la edad y, en la práctica, incursionar en lo que estaba prohibido hacer en sociedad. Era, también, una forma de evitar deslices tardíos, en la creencia que, habiendo vivido seu fado en el tiempo correspondiente, una vez casados, serían mejores jefes de familia).»

Ríos de la tierra, ríos de nuestra aldea
Manoel de Oliveira
"O rio da minha aldeia". Así era el Tajo para Pessoa, pero no para mí. "O rio da minha aldeia", el Oporto, es el Duero. Quedan todavía en este río vestigios dejados en tiempos lejanos, pero todavía memorables: son los típicos barcos rabelos, reminiscencia de cuando vinieron allí los vikingos, a sacar el oro que había en la arena del río, en el lugar del Araínho.
En él me veo y me vuelvo a ver como en un espejo multifacetado, pues ayer era una cosa y hoy ya es otra, seguramente será otra mañana. Así como él cambió yo también cambié, y ya no soy hoy lo que fui ayer y no seré mañana lo que soy hoy. Lo que quiere decir que la vida corre por dentro de las personas como el agua en los cursos tallados para los ríos, hasta llegar a su fin. Fin que es nuestra entrada para ese gran espíritu, ese inmenso Océano donde todos acabaremos por desembocar.

Cuerpo, espíritu y voces misteriosas de las aguas: El Duero de Oliveira entre historia, mito y creación artística
Nello Avella
Para Manuel de Oliveira, el río de «su aldea» es el Duero, que desemboca en Oporto, su ciudad natal, y es transversal como el Tajo, pero profundamente diferente de éste. «Río majestuoso como no hay otro», dice Agustina Bessa-Luís, la grande escritora de cuyos textos Oliveira tomó varias de sus obras-primas. En el comienzo de Fanny Owen, la novela en la cual se basa la película Francisca (1981)("Francisca"), Agustina dice que el Duero no fue tan célebre como el Tajo o el Mondego (éste último vinculado, entre otras cosas, a la trágica muerte de la famosísima Inês de Castro)
Recorriendo la fenomenología de la imaginación, del sueño y de la poesía de Gastón Bachelard (1884-1962), los barcos y las aguas de Oliveira se llenan de significado en el sentido psicoanalítico y eterno, esto es, de la estructura fantástica que, según el filósofo francés, estaría en la base del trabajo humano. Para Bachelard, el barco conduce a un renacimiento en medida en que se manifiesta como la cuna redescubierta, evocando el seno materno.
 
El Duero de Manoel de Oliveira
Maria de Fátima Braga de Matos
Manoel de Oliveira dora el Duero, esa cinta metalizada de luz, coleante e interrogativa como una mujer, transportada a la cinta de celulosa con el nombre de Teresinha, Teresa, Mariana, Ema … algunas veces perdedora, otras depredadora. Es el Duero un cuerpo sensual, vientre receptor de uvas, de energía y de pensamiento que, con la luz del sol se defiende de nuestra mirada y nos ciega. Necesitamos de neblina, esa especie de capa protectora de la cual habla Manoel de Oliveira, para que podamos ver.

Oliveira y el documental: trabajos del espíritu
João Lopes
Por una razón de pura precisión histórica, es importante recordar que, de hecho, la obra de Oliveira nació bajo el signo del documental. Douro, Faina Fluvial (1931)("Duero, Faena Fluvial") se presenta como una deambulación por las orillas del río Duero, revelando elementos de su cotidiano y, al mismo tiempo, acumulando resonancias simbólicas (se debe recordar, por ejemplo, la presencia de los guardias y de sus imágenes de autoridad).
Oliveira está lejos de buscar una visión documental que se confunda con cualquier modelo de naturalismo o espontaneísmo. El propio paso de las décadas (y la confrontación con algunas de las películas que Oliveira fue dirigiendo) permitió entender que este es un universo de constante -y a veces perverso- desafío a cualquier imediatismo de las cosas y de las personas. Hay siempre un espíritu, un «algo del más allá» que Oliveira marca como una especie de bizarra autocrítica del propio cine – vemos lo que vemos, pero lo invisible es siempre un valor presente y, en el límite, deseado. En esta medida, no hay en Oliveira «películas-documentales» contra «películas de ciencia-ficción»: La visión documental y la práctica de la ciencia-ficción son apenas dos vertientes cómplices, permanentemente enlazadas en un juego de ambivalencias temáticas y formales.

El siglo de Oliveira
Elisa Frugnoli
Elisa Frugnoli confronta en este texto la cronología de las principales innovaciones en el cine de los últimos cien años, como asimismo la vida y obra de Manoel de Oliveira. Tema tentador, teniendo en cuenta que el director nació en 1908. Y la conclusión no podría ser más sorprendente. La introducción del sonido de Dolby, sistema reductor del ruido de fondo, en 1978 cierra para algunos, el ciclo de las grandes fechas del cine del último siglo. Es el año en que Manoel de Oliveira cumple 70 años, y es, también, el año de la relanzamiento de su producción cinematográfica.
Los grandes intervalos entre dos realizaciones, tan característicos en la primera fase del autor, desaparecen. En 1978 surge Amor de Perdição ("Amor de Perdición"), tercera adaptación de la novela homónima de Camilo Castelo Branco. De hecho, si el cine no presenta fechas significativas, a pesar del boom de los efectos especiales, Manoel de Oliveira no para. En los últimos 20 años produjo 16 largometrajes, algunos cortos y documentales. A partir de 1988 realiza un largometraje por año, y todos con éxito internacional.

Funciones paradigmáticas de "O Acto da Primavera" en el cine de Manoel de Oliveira
João Mário Grilo
Para João Mário Grilo, el cine de Manoel de Oliveira nunca fue un retrato de la pequeñez del mundo portugués, pero una manifestación ritual –ora nostálgica, ora irónicas- de los vestigios de su remota y dolorosa grandeza. Justamente por eso, también, el autor nunca pudo entender las acusaciones de "lentitud" y "estatismo" que por los años 70 y 80 era costumbre hacer al cine de Oliveira. En 10 minutos del Acto da Primavera ("El Acto de Primavera"), el director pasa de un labrador que abre la tierra a una noticia sobre el viaje a la luna, a la preparación del Auto de la Pasión, a una visión de la vida urbana, al inicio del propio Auto y una ojeada sobre el cine que lo eternizó en película. ¿Cuántos cineastas correrían el riesgo de dar estos saltos? ¿Cuántas películas sabrían promover tan dramáticas y cósmicas asociaciones? La verdadera materia de Acto da Primavera no es la técnica, sino las ideas, los sentimientos.
Como todos los grandes cineastas, Olivera construyó su cine, sobre base de un combate incesante entre la época y el tiempo. El tiempo de sus películas es siempre un trabajo de mortificación sobre la época, una forma de dar a la época un tiempo nuevo o, incluso, como en el caso de O Convento ("El Convento"), un no-tiempo. Las películas de Oliveira no envejecen como no envejecen los planos de los Lumière, porque no es el tiempo de lo que en ellas pasa sino el tiempo de lo que en ellas permanece. Nada ocurre. Todo es.

Manoel de Oliveira: la seducción del texto literario
Padre João Francisco Marques
La presencia del texto literario en la filmografía de Manoel de Oliveira puede ser considerada como su soporte estructural. La mayoría de sus películas arranca inspirada en una obra literaria. La convivencia con José Régio estimuló este aspecto de su personalidad creadora, y estuvo en el origen de un siempre renovado proceso de búsqueda temática, en las alforjas inagotables de la literatura portuguesa y extranjera. Sus admirables, densos y cuidados largos planos, "llamados parados", en armonía a las dimensiones de los textos originales, son tan dinámicamente reveladores de profundidades interiores como de interminables horizontes simbólicos. Los primeros planos de personas y cosas guían y concentran la mirada, tanto la del cuerpo como la del espíritu. Cine con garras que toma a quien lo acepta y tiene sensibilidad para tomar el desafío.
Lector interesado, su largo pasado, repleto de conversaciones, encuentros y descubrimientos ocasionales, le fue poniendo en el camino una panoplia de obras literarias que vinieron a constituir puntos de llegada y de partida para sus temas recurrentes: el amor, el sentido de la vida y de la muerte, la vejez, el destino, la condición humana, el debate cristiano de lo terreno y lo trascendente. La fascinación por los textos, bien comprensible en quien anhelaba ser escritor, que él escoge y discute, interpreta y utiliza con un criterio y intuición únicos, lo lleva a tratarlos como una especie de tesoro invisible que desea ser expuesto al esplendor del sol.

La música de las películas de la madurez de Manoel de Oliveira
João Paes
Es común dividir la vida y obra de los artistas creadores en tres grandes períodos. El primero «de la juventud» (mas o menos prolongada, consonante la inserción del artista en su medio); el segundo, «de la madurez», donde se define el estilo del artista y donde la obra adquiere volumen; y el tercero, «de la vejez» y la consagración (cuando la hay). La colaboración musical de João Paes con Oliveira se dio justamente en las dos décadas -los años setenta y ochenta del siglo XX- y en las siete películas de largometraje de su período central, es decir «de la madurez».
Cuando Oliveira confió a João Paes la elección de la música de O Passado e o Presente ("El Pasado y el Presente") –la primer obra en que trabajaron juntos- el rodaje de la película había concluido. Le faltaba sólo la música para pasar al montaje. Hablaron mucho, entonces, sobre la función de la música en el cine en general y en esta película en particular. El compositor le dijo que la música como decoración o refuerzo sentimental de la acción le repugnaba y que, a su modo de ver, su función principal sería la de crear un mundo invisible e indecible, paralelo y en contrapunto con las realidades de la imagen y de la palabra –un mundo estructurado en el «tiempo musical» y, cuando fuere necesario estructurante del «tiempo fílmico». Manoel de Oliveira concordó, y de allí en más–en los veinte años en que colaboraron - esa fue la base de un entendimiento tácito y perfecto. Juntos llegarían donde nadie llegara antes: La creación del film ópera original, Os Canibais ("Los Canibales"), que representa la culminación de una de las más notables colaboraciones del cine portugués.

Recuerdo de un crítico de cine
Manoel de Oliveira
Esta carta, escrita póstumamente, es el homenaje de Manoel de Oliveira al gran crítico de cine Serge Daney. Pero es, sobretodo, una celebración de amistad y una reflecxión profunda sobre lo que el autor considera como verdaderamente esencial en su arte. «En efecto, creo profundamente en esta cosa que llamamos cine que, en cuanto imagen proyectada sobre una pantalla es inmaterial, es como un fantasma de cualquier realidad, real o imaginada; imagen que no pertenece a la realidad concreta de la ciencia aplicada. (...)
Porque el cine no es máquina de filmar, ni cinta, ni máquina de revelar, o estudios o auditorios ni, mucho menos todavía, los vídeos y similares, ni siquiera los actores, o directores, los autores de los argumentos, y de los diálogos, los maestros y los ejecutantes de las partituras, o cualquiera de los técnicos que tan generosamente se dan al proceso de la creación, para que el proceso complejo de la creación se realice, pues este, tal como nuestro cuerpo, no funciona si le falta el espíritu, impulsor de todas las cosas.»

Algunas notas sobre la recepción en Francia de la obra de Manoel de Oliveira
Jacques Lemière
El gran cambio en la relación entre Manoel de Oliveira y el público francés se dio en 1979 con el estreno de Amor de Perdição ("Amor de Perdición"). Pero, antes incluso de esta fecha, Manoel de Oliveira ya había sido reconocido, en los círculos influyentes, si bien reducidos, de cinéfilos y críticos, como un gran director portugués. Durante muchos años fue el único nombre mencionado cuando se hablaba de cine portugués. Mientras tanto, de su obra anterior, solamente O Acto da Primavera ("El Acto de Primavera"), estrenada comercialmente el 10 de Abril de 1963, había trascendido más allá de la mera presentación en festivales y las retrospectivas. De hecho, si examinamos el curso de la obra de Oliveira en Francia a lo largo del tiempo, podemos concluir que correspondió a un proceso de redescubrimiento permanente por parte de la figuras francesas de los medios cinéfilos, marcando, también, el curso de la crítica en Francia.
Sin embargo, el éxito de Amor de Perdição, fue el elemento catalizador del redescubrimiento de Oliveira en Francia, al inaugurar una carrera comercial regular de sus películas en ese país. La recepción entusiasta de la que fue objeto la película, inició una relación de proximidad muy especial entre él y sus espectadores franceses, que dura hasta hoy. Es una relación que parece hecha a imagen de su obra: sólidamente anclada en la singularidad de la identidad y la cultura portuguesa y, simultáneamente, capaz de universalidad.
Nota del traductor: Los títulos de las películas estrenadas en España están a continuación, entre paréntesis, a los títulos originales en portugués.